lunes, 31 de marzo de 2008

Bananas publicitarias

Uno se acostumbra a muchas cosas. A los chivos metidos en las series de TV, a que las óreos vengan con rellenos verdes o amarillos (según sean de Shrek o de los simpsons), a que galletitas, fideos, salchichas y etcéteras vengan con calcomanías alusivas...

Hoy a la mañana me fui a comer una banana, del montón que compró mamá en el super, estaba arrancando una del racimo cuando me encontré con la sorpresa: Las mismas bananas me invitaban a ir a ver a "Horton y el mundo de los quien" al cine! Le saqué una foto porque me pareció genial!!






sábado, 29 de marzo de 2008

Algunas fotos...

Un álbum de Abel en Radio Nacional, y otro de semana santa en Las Grutas.


Abel en Radio Nacional



Las Grutas 2008

martes, 25 de marzo de 2008

El otrito

Respecto a la venida de Bob Dylan

(por León Gieco)

Es como un viento que viene a arrasar mi sur.
Me felicito por haber encontrado esta estrella entre tantas, es igual a todas, y diferente a sí misma… hace de esto, ya varias noches.
Las ansias son tan grandes que él desea ser cinco, seis o diez de si mismo, pero la naturaleza y la vida son perfectos, nos hace uno y nos comportamos como cien.

Sangre aquí, sangre allá, sangre en las cintas de los sonidos. De todas las banderas, la de la libertad es la que nunca se rinde. Aunque haya peligros que acechan, totalitarios, duros, embaucadores o fascistas, la libertad siempre está donde ellos no miran, por ejemplo, bajo las hojas secas.
Es alguien que viene a tocar mi tranquilidad, a educarme, me saca la pereza, me da un shot de amor, de desconcierto, de lectura fina, delirante y libre.
Un viento que dura poco, como las buenas cosas y, como las canciones nunca se fueron o siempre se quedaron es como recibir un derrame de mil de ellas en una sola noche.

Esta vez, no me encerré solo conmigo, sino también con él y, monologando un día le pregunté… qué de la parquedad, cómo es estar en la coraza de hierro de los hermanos Kelly, y por qué las canciones largas? Y algunas armónicas desafinadas?, de dónde tantas palabras para casi decirlo todo? Y a veces nada?
Él me miró serio y antes de abrir la puerta para irse me dijo: “a quién le hablás?, no tenés a nadie en frente, yo no soy.”

Sin escucharlo le sigo preguntando, quién se queda navegando en el lomo de tus canciones?
Sabrás que nada ha cambiado –Lo desafío.
Por qué tu falso reloj marca el tiempo?
Y cómo es el fondo del pozo de los deseos?
Y por qué los años pasan las puertas?
Y por qué conocés todo lo que digo mejor que yo?
Y la sala con hombres con martillos ensangrentados, los verás aquí también en Argentina?
Yéndose, me miró ignorándome –es la primera vez que me miran así- y contestó: “no ves que no me veo?, por lo tanto no me ves. No sé a quién le estás hablando”.

Levanto un poco el tono de voz, y le digo. Escuchame!! Estaré alguna vez en los puntos suspensivos de tu biografía?, porque hace más de 37 años que estás cantando en mi living con tu pasado tan actual.
Aunque el mundo no puede tener la razón al mismo tiempo, por qué la línea está trazada y la maldición echada?
Por qué hay tantos que sólo son un peón de su juego?
Y dónde están los diamantes del más profundo océano?
Puedo yo también mirar fijamente el flamear de las campanas de la libertad?
Podré escuchar las risas tras las puertas del edén?
Por qué cada uno desea lo que el otro tiene?
Yo con mis canciones, estaré anunciando la derrota o la victoria?

Como él no me contestaba, le digo fuertemente:
A mi tampoco ninguna respuesta me satisface.
Yo también sé que los ojos de los hijos se ven enloquecidos.
A mi también la alfombra se me mueve debajo de mis pies.
Yo tampoco puedo comprar una ilusión.
También sé de la venta de postales del ahorcamiento.
También ayudo a los demás y dejo que los demás me ayuden,
Y trato de que mi canción sea siempre cantada con fundamentos morales firmes para tratar de mantenerme por siempre joven.

Él- con un pie ya afuera porque no me soportaba más- me dice con fuego en los ojos: “No sé a quién le hablás, soy el otro”.

Antes de cerrar la puerta y dejarme monologando, le grito: Yo también tengo otro que va delante de mí y vos detrás gozando o reparando. Tengo testigos. Es más, quizás él te lo esté preguntando. No entendés que a mí me pasa lo mismo que a vooosssss!!!!

-Se escuchó como un eco el grito que pegué-.

Tomé aire y sin perder un segundo de tiempo, más amistoso por las dudas le digo: Todo lo mismo que te pasa a vos, sólo que más chiquito.

No lo ví más; -como siempre. Pero escuché tras la puerta cerrada, un último gruñido que dijo “…Entonces, hasta la vista otrito”.

Éste texto, me lo trajo mi hermana Carla. Se lo dieron en el show de Bob Dylan en Velez. Seguramente a mis amigos giequeros les gustará.

lunes, 24 de marzo de 2008

Día de la memoria

A veces te imagino libre de verdad
cumpliendo tu destino de felicidad
ninguna pena dentro, ni una soledad
y es tanto ese deseo que parece real

aprender la lección de la historia
debe ser no perder la memoria...

te busco en los que sueñan y los que te dan
eternamente todo sin echarse atrás
la gente más sencilla, la que sabe amar
y aún tiene coraje para no callar

aprender la lección de la historia
debe ser no perder la memoria
aprender la lección de la historia
debe ser no perder la memoria...

Nunca más!!

Teresa Parodi.

lunes, 17 de marzo de 2008

Leí por ahí

No toda distancia es ausencia
ni todo silencio es olvido.


chin pum!

domingo, 16 de marzo de 2008

Paseando por Ernestina


...y halló un pueblo diminuto

con casitas de bazar

recortado entre amplio cielo

y deslumbrante trigal...

(para ver más, hacé click en la foto)

Teníamos un casamiento. Ese fue el motivo por el cual, después de varios años, volvimos de visita a Ernestina, el pueblo natal de papá.
Nos labraron un acta en Lobos. Cuando el cana nos paró, ya le vimos las intenciones: buscarle la quinta pata al gato. Y si vos tenés el seguro en débito automático, y andás con el resumen de la tarjeta del mes anterior, porque el de éste todavía no te llegó... Y bueh... Tenés dos opciones, o le tirás una "onda" al cana, que es lo que buscaba, o dejás que te labren un acta y después hacés un descargo, con la consiguiente pérdida de tiempo, que fue lo que nosotros hicimos... Más allá de que te paren a vos, por tener un auto viejo, cuando a los hijos de puta que te sobrepasan cuando vos estás sobrepasando, quedando en la ruta encerrados, con un camión de frente, y poniendo en riesgo la vida de los ocupantes de, por lo menos, 4 vehículos, no, ese sigue andando a 160 con su impunidad, y claro, tiene patente que empieza con G. Y así estamos, con unas estadísticas tremendas de accidentes, solamente porque éste país está lleno de boludos inconscientes que se creen muy vivos por ahorrar tres segundos... hasta que se la dén... (descargo aparte, es que ésta gente me saca!).
Basta tomar unos kilómetros de una ruta provincial, y luego doblar en el camino de tierra indicado, que más que tierra es arena, para que las anécdotas empiecen a aflorar. "éste era mi límite físico para venir a caballo" dijo papá, mientras contaba que hasta ahí lo mandaban a comprar carne. Y luego iba indicando que acá vivía tal, y ésta laguna se la compraron los coreanos, y ésta era la entrada de atrás de la estancia vieja, y ésta la principal, hasta arribar al pueblo.
El pueblo... "Está dividido en seis", nos contaría un lugareño más tarde. "dividido en seis, y somos 200. Así son las cosas de pueblo".
La calle principal, dos cuadras. A un lado la estación de trenes, ahora convertida en comisaría, al otro lado la plaza triangular. Dos cuadras de arena, con un boulevard de palmeras, que reúnen todas las instituciones necesarias: La sala de primeros auxilios, la escuela y la iglesia.

lunes, 3 de marzo de 2008

Crónica

(Haciendo click en las palabras subrayadas, se pueden ver fotos)

“Voy girando sin parar
del campo a la ciudad
de la montaña a las luces del mar
sintiendo sin dolor resacas del amor
que no me matan, me hacen ser feliz,
soñando sin parar el tiempo de llegar
si cada día despierto en un lugar
distinto para mí ¡Qué forma de vivir!
gracias al cielo te llevo junto a mí."

Abel Pintos. "Crónica"

Voy girando sin parar…

Papá hizo revisar el auto de punta a punta. Fue lo mejor que se pudo hacer, eso nos consta.
Salimos al mediodía. Mae arrancó manejando y allí fuimos. En el peaje de Mercedes, apenas 100 km de haber salido, quiso poner primera, para acercarse a la casilla, y entro reversa. Otra vez, vuelta a probar, entró reversa. La tercera fue la vencida. “Está dura la caja”, se excusó Marcelo, y el tipo del peaje dijo “Así no vas a llegar muy lejos”. “Voy a llegar lejos”, contestó Mae, y puso primera, segunda, tercera…
En Santa Rosa no había nafta. Algo se hablaba del desabastecimiento, pero ahora empezaba a hacerse notorio. Y si tenemos en cuenta que uno de los arreglos que quedaron pendientes es el medidor del tanque de nafta… Pero apenas llevábamos 200 y pico desde la última vez que habíamos cargado, y hasta General Acha llegábamos tranquilos. También quedó pendiente el arreglo del aire acondicionado, por lo que íbamos con las ventanillas abiertas de par en par, salvo una de las traseras, la del lado del acompañante, que… ¡tampoco anda!
Cuando llegamos a General Acha el cielo se había tornado anaranjado. No tardamos en acomodarnos en un hotel rutero, para luego comer algo y acostarnos a dormir. El día había sido largo, y a la mañana siguiente debíamos levantarnos temprano.
Cuando oscurece, y cuando amanece, en General Acha se dá un espectáculo particular. El ruido que hacen es tal, que te despiertan, y no pasan desapercibidas. Las cotorras están por todos lados, en los cableados, en las copas de los árboles, y chillan todas al mismo tiempo, y el lugar se llena de alboroto. Vuelan en bandadas, y chillan, chillan…
Hasta Piedra del Águila todo tranquilo. Todo llano, diría yo. Piedra del Águila era la última parada antes de llegar a Junín de los Andes. Cargamos nafta, tomamos nota de los kilómetros recorridos y los litros cargados (nuestro medidor casero) y salimos. No llegamos a subir a la ruta que el auto se quedó. La historia, la misma de siempre, el motor que ratea, el motor que no tira, y el auto que se niega a subir las cuestas. Claro que, a problema conocido, conocida también la solución. La mierda ésta ocurre cuando hace calor, y a esa hora, con ese sol, calor hacía. Había que esperar un poco, a que se enfríe el motor, y así fue, y así salió. Los siguientes 10 km transcurrieron entre sucesivas quedadas del auto, que seguía negándose a subir las cuestas. Pensamos en pegar la vuelta, volver a Piedra del Águila a buscar un mecánico. No hicimos un km en sentido contrario que empezó a comportarse. Y qué hicimos? Volvimos a virar, y justo se nubló. Papi había tomado el volante y encontrado la técnica. Había que aprovechar las bajadas para enfriar el motor, y aprovechar el envión para luego encarar las subidas.
Llegamos a Junín de los Andes en un horario en el que todavía pegaba el sol sobre el Río Chimehuín. La hostería Chimehuín nos estaba esperando. Habíamos cancelado un día de reserva, por haber salido con un día de retraso, y la gente de allí no dudó en que teníamos un día pago, y pese a la cancelación parcial de la reserva ni siquiera tuvimos que mostrar un comprobante de pago para que alguien nos creyera. Una cuestión de buena fe total. La hostería tiene un jardín muy lindo, con uno arroyo que corre ahí, y un puente que da a una pequeña isla. El lugar ameritaba sentarse allí afuera a picar algo, y disfrutar del paisaje, sobre todo, con la satisfacción de saber que finalmente habíamos llegado.
Cuando nos sentamos a cenar en “El Preferido de Junín” era de día. Si el cambio horario nos despelotó la vida en Buenos Aires, en la cordillera es una cosa de no creer. Había sol, y eran las nueve y media de la… tarde. Mientras esperábamos el pedido de la comida, me fui a intentar sacar una foto, mi reloj, y las nueve de la tarde… Caminé hasta la plaza, que queda a 20 metros del lugar, en busca de un reloj público que nunca encontré. Pero encontré la oficina de turismo. Al día siguiente nos esperaba el paso Hua Hum, hacia Chile, con 50 km de ripio bordeando el lago Lácar, hasta el paso fronterizo, y luego el cruce del lago Pirehueico, subiendo el auto a un barco, y otro tanto de ripio del lado chileno, quien sabe en qué estado.
Antes de salir, papá le hizo cambiar las suspensiones traseras al auto. Quien conozca el Ford Orión como modelo de auto, sabrá que es un auto muy lindo para andar en la ciudad, con un motor muy grande (para ser un modelo de sedán), y sobre todo bajito, muy pistero. O sea, éste auto, de “outdoors” no tiene nada!
Hace un par de años atrás, en el cambio anterior de suspensiones, papá le hizo poner unos espirales de otro modelo, más duros, de modo que el auto había quedado un poco más alto que lo habitual. Pero ésta vuelta las suspensiones volvieron al repuesto original, y el auto volvió a estar bajito. Y si tenemos en cuenta que cargamos el auto con el equipaje de 5 personas, más una canasta con cosas, un telescopio, un equipito de música y otros etcéteras, si la carrocería se elevaba 5 cm sobre el nivel del asfalto, era demasiado.
Crucé la plaza de Junín de los Andes en diagonal. La oficina de turismo estaba frente a la plaza, y tenía pensado preguntar el estado del camino que bordea el lago Lácar hasta el paso Hua Hum. Lo que allí me dijeron no resultó muy alentador: “el camino está transitable con mucha precaución, las máquinas hace tiempo que no pasan”. Me volví a la mesa con la dudosa noticia. El auto no estaba en condiciones para hacer un camino que estuviese malo, por el peso, y por la altura, y del otro lado no sabíamos qué nos podíamos encontrar, y un viaje de vacaciones tiene que ser algo placentero, y no un sufrimiento por no saber a qué te podés atener. Lo discutimos durante la cena, y decidimos cambiar de plan. Teníamos la reserva hecha para dos días en Villarrica y el paso Tromen, (o Mamuil Malal) lo suficientemente cerca como para poder viajar por esa alternativa. Teníamos la extraña certeza de que ese paso hacía un par de años estaba asfaltado, cosa que nos dejaba tranquilos. Además, el paso Tromen es muy lindo, nos consolábamos, sabiendo que nos íbamos a perder el barco. Otro año lo planeamos mejor, y lo hacemos con el auto descargado.

…Del campo a la ciudad…

Luego del memorable desayuno en la hostería Chimehuín (con todo lo necesario para desayunar y muchísimo más), partimos rumbo al paso Tromen.
El Lanín pronto se impuso en el horizonte, así como también el ripio… ripio… queríamos evitar el ripio, y sin embargo, allí estaba. Por suerte estaba bueno, hasta nos cruzamos a la máquina que acababa de pasar. Y yendo despacito no tuvimos mayores problemas. El camino lo van ganando las araucarias y el volcán al fondo. Pasamos la aduana argentina, y ya la cosa se puso más fea. El auto empezaba a tocar en cuanto el camino se ponía un poco feo, y nosotros sufríamos por romper algo en cualquier momento. En la aduana chilena no nos alentaron muchísimo más. Faltaban otros 35 km de ripio hasta Curarreue, y el estado del camino resultaba “un poquito peor” que como había sido hasta ahora.
En la aduana chilena tuvimos que pasar los bolsos por rayos X, y ya que estábamos con todos los petates desordenados, y sabiendo que teníamos 35 jodidos km por delante, decidimos equilibrar peso, aliviando el baúl y cargándonos encima de los propios cuerpos bolsos y mochilas. Con los vidrios cerrados, por la tierra, sin aire, con sol, y con los bolsos encima, un poco equilibramos la cosa. Por momentos nos tuvimos que bajar del auto, cuando el camino estaba muy jodido, hasta tuvimos que vadear un arroyo (aún del lado argentino), y en paralelo los ocupantes de un Ford Escort, que estaban casi en la misma situación que nosotros. Esos después nos pasaron por el camino de ripio, y al rato los vimos a la vera del camino parados, nos saludaron al pasar, habían pinchado una goma.
Arribamos a Curarrehue pasado el mediodía. Allí empezaba el asfalto. Compramos unas bebidas y seguimos rumbo a Pucón con la idea de almorzar allí. En Pucón, ciudad atestada de gente, compramos picnic en un supermercado, en donde todo salía carísimo, pero si te parabas en la puerta veías el volcán Villarrica, y nos fuimos en busca de la playa para almorzar. Encontramos la playa con estacionamiento pago, y llena de turistas. No era ni a palos lo que pensábamos encontrar. Había un lugar tipo bosque, con sombra, y luego la playa propiamente dicha, de piedras volcánicas, de esas chiquititas que te pinchan los pies. Estaba prohibido hacer picnic, pero transgredimos las reglas con disimulo y nos armamos unos sanguchitos. La playa parecía la bristol, así que ni bien terminamos de almorzar huímos despavoridos con rumbo a Villarrica.
La cabaña en Villarrica tampoco era lo que esperábamos. A decir verdad, era más chica de lo que parecía en las fotos, y tenía una arquitectura completamente incomprensible.
La ciudad, 80 % de casas construidas de madera y chapa. Será que no quieren invertir en construcción porque en cualquier momento los tapa un volcán? Cómo sea, las casas son de madera y en cada esquina hay un hidrante, y en los dos días que estuvimos los bomberos sonaron bastante, y hasta hice una donación cuando hice las compras en el supermercado Unimarc de la calle Alderete.
La playa, más desierta que Pucón, es linda por su vista al volcán y porque el agua del lago Villarrica es muy cálida y hay un sector con playa de arena que está muy bueno para bañarse.
Tomando la ruta hacia el sur, está Lican Ray, otra ciudad balnearia a la que fuimos al día siguiente a nuestra llegada. Llegamos temprano, así que no sólo no había nadie en la playa, sino que hacía suficiente frío como para no poder meternos en el agua. Tomamos unos mates semí fríos, o semi calientes, mientras mirábamos el lago Calafquén, y seguimos rumbo a Coñaripe, otro pueblo que bordea el mismo lago, y que queda a unos 20 km de allí.
Estuvimos un rato, disfrutando de una playa pedregosa y tranquila. Decidimos que para almorzar lo mejor era volver a Villarrica y comer algo allí.

…De la montaña a las luces del mar…

Partimos temprano. Otra vez el auto rebalsaba de carga, pero el viaje que nos esperaba era íntegro por asfalto, salvo los 5 km de entrada a la Península de San Pedro, en Bariloche, que resultaban inevitables.
Rumbeamos hacia el sur primero, por una autovía denominada la panamericana, que es la que recorre el país de norte a sur, hasta llegar a San José de la Mariquina, en donde haciendo 27 km al oeste te topás con el Océano Pacífico.
Caímos en Mehuín casi de casualidad, por ser el pueblo del pacífico que más cerca teníamos. Nos encontramos con una playa muy amplia, con grandes olas que tenían sucesivas rompientes, con extrañas algas que la marea había dejado olvidadas, y caracoles, los mismos que se ven en el atlántico. Apenas nos aventuramos a meter las patas en el agua ¡Ese mar es helado!
El pueblo en sí, está al borde de una caleta, una ría que termina en el mar, en donde se desarrolla una gran actividad pesquera. Los botes se anclan allí, y el pueblo es una gran feria en donde se venden pescados y mariscos frescos, tanto como ahumados, y hay montones de boliches en los que sentarse a comer. Papá estaba como loco, se hubiera comprado todo si no fuese porque en un rato teníamos que cruzar la frontera para volver a la Argentina. Igual, nos dimos el gusto, y nos sentamos a almorzar en un lugar que se llamaba “El congrio con chaleco”. El lugar, ni carta tenía, así que fue un almuerzo medio kamikaze en donde no sabíamos cuánto nos podría llegar a salir. Afortunadamente fue barato, y nos fuimos de allí felices, y con la panza llena de mariscos.

Soñando sin parar el tiempo de llegar…

Volvimos a la Argentina por el paso Samoré. De camino tuvimos la suerte, y la visibilidad, para ver el volcán Osorno, y el Puntiagudo.
Llegamos a Bariloche como a las 9 de la noche. Nos esperaban Lorena con Martín y los chicos, y Flavia y Juanma. Al rato llegarían Carla y el Chino, que venían bajando de una campaña.
Tal vez la descripción del lugar resulte surrealista. Es adentro de una chacra que se llama “El Danubio” ubicada en la Península de San Pedro. Se ingresa por un caminito de tierra de una sola mano en la que, si te llegás a cruzar con otro, no queda otra opción más que alguno de los dos dé marcha atrás para ceder el paso. El bosque es copioso, todo de árboles plantados por los antiguos dueños del lugar, en su mayoría pinos de diversas especies, que se mezclan con araucarias (autóctonas del norte neuquino), álamos, y algunos frutales como manzanos silvestres y guindos, y también arbustos como rosas mosquetas, plantas de grosellas y zarzamoras. Zarzamora, hay una justo al lado del Rancho, pero con sus frutos verdes aún, como para ser devorados. En Chile, estaba lleno en las banquinas de las rutas, todas con frutas maduras, en los lugares en los que no se podía parar, y Mae se quería morir por no poder parar para comerlas.
Lo que sí atacamos sin piedad fueron los guindos, también hay uno al lado del Rancho.
El Rancho, todo de madera, es la casa más grande que se alquila en éste lugar. Completan el caserío Villa Mariquita, Bárbara (donde veranea mi tía Lucy), Villa Ángeles y Karen. Los últimos años nos tocó en suerte Ángeles, la más pequeña de todas las casas, pero beneficiada por su extrema cercanía al lago. Éste año nos ofrecieron el Rancho, una casa con capacidad para 12 personas, que por supuesto fue bien aprovechada. Tiene dos entradas o bien por la cocina, desde la cual se accede al living y a los baños, o bien por el propio living, una habitación enorme con una mesa ratona y unos sillones de madera, y un hogar que se encuentra en el medio de la habitación, pero en el medio, no contra una pared, sino en el propio “medio”. Tiene dos ventanas que dan al bosque, y por detrás se ve el lago. La casa está un poquito inclinada, cosa que se nota al ir hacia los dos cuartos que se encuentran a la derecha del living, y a los cuales uno entra casi “cayendo”. Por la escalera se accede a la planta alta, con dos cuartos más, uno muy grande, para 5 personas, y otro más chico, para tres. Desde el distribuidor hay una puerta que da a un balcón totalmente tomado por una parra que hasta tiene uvas, todavía verdes. Afuera están los leñeros, que alimentan la chimenea las noches frías, y las brasas para los asados que hace López.
El lago queda más lejos. De toda las casas es la única que no está en la costa propiamente dicha. Hay que hacer 100 metros por una barranca bastante empinada, que uno la baja poniendo el freno y la sube con la lengua para afuera. Es un lugar agreste, lindo, tranquilo. Un lugar que el prototipo de argentino no eligiría para veranear porque no vería como naturales las cosas que para nosotros lo son: chanchos que se meten en tu jardín, una pava con sus pavitos, los chimangos que sobrevuelan tu asado, los galpones de gallinas ponedoras, el gallo que canta a cualquier hora y te despierta, y hasta una lauchita que con Agustina bautizamos “Jerry” que se mete por debajo de la puerta de la cocina de tan chiquita que es.
Al lado del Rancho está la piedra “energética”, como nosotros la llamamos, que no es más que una piedra que es parte de la misma montaña en la que estamos metidos, y sobre la cual nos tiramos a leer, tomar mate o café.
Bajando a la playa, el muelle. Resulta casi inútil, ahora que el lago está tan bajo.
Los días transcurrieron en éste paraíso terrenal. Para muchos, probablemente resulte aburrido, es un lugar aislado, en donde para comprar una leche, o lo que sea, tenés que agarrar el auto y hacer 5 km hasta el cruce, donde está el primer almacén. Para nosotros es un lugar de desintoxicación, en donde no hay tele, y las noticias te llegan sólo si vos querés que sea así. Nosotros sólo compramos el diario, y tenemos un pequeño grabador para escuchar música. El resto es silencio, aire puro, y agua que te tomás de lago así nomás, nada está contaminado.
La primer gran excursión que hicimos fue a El Bolsón, unos días después de haber llegado, y cuando flavia, Juanma y Mae ya se habían vuelto a Buenos Aires. El Bolsón, una ciudad con una feria artesanal que resulta enorme, llena de hippies, y que, además, huele a porro. La feria, muy linda, aunque un poco cara. Lo mejor, poder comer frutas finas, tartas y todo tipo de comidas, ya sea chatarra o algo más “naturista”.
Estando cerca, también fuimos hasta el Lago Puelo, a hacer un poco de playa y a conocer.
Después, las vueltas habituales del caso, idas para hacer compras, un día fuimos a almorzar a Bahía López, un lugar muy lindo en donde se juntan el lago Moreno con el lago Nahuel Huapi. El resto de los días transcurrieron en la chacra, con chanchos y pavos dando vueltas por nuestro jardín.

Subiendo al Catedral

Desde el muelle tenemos una vista privilegiada hacia el cerro Catedral. Cuando oscurece, y hay nubes, yo bajo corriendo la barranca con mi cámara de fotos, porque sé que esos son los atardeceres que se ponen bien rojos. También incursioné en la “fotografía telescópica”, fotografiando un eclipse de luna, a Saturno, y hasta el refugio del cerro López, por medio del telescopio.
El que alguna vez se subió a una aerosilla en el Catedral, miré el increíble paisaje a su alrededor, y se bajó, o solamente fue a esquiar, y ahí se quedó, y por eso piensa que lo conoce, debo decirle que eso es sólo la punta de un iceberg. El Catedral es mucho más que eso, y vale el hecho de haber quedado dura del dolor de músculos, de las quemaduras del sol, y de la colección de ampollas en los pies.
La picada debe tener un total de 20 km. No sabría decirlo a ciencia cierta, porque allí arriba las distancias se miden en horas de caminata, y para nosotras fue una hora para llegar al filo, dos horas para llegar al Frey, y otras tres horas y media para bajar hasta la base del cerro.
A las 9 de la mañana estábamos con Agustina, listas, en la puerta de Bárbara, donde nos esperaba Lucy para partir. A las 10 llegábamos a Villa Catedral.
Luego de unas cuantas vueltas nos subimos a las aerosillas que nos llevarían hasta arriba. En el primer tramo, unas con capacidad para seis personas, en las cuales fuimos sólo tres, y en el segundo tramo, unas con capacidad para dos, en las cuales a mí me tocó ir sola.
Una vez arriba comenzamos a trepar, primero hasta el filo, con vista al cerro Tronador y el Puntiagudo hacia un lado, y al Nahuel, el Lago Moreno y el Lago Gutierrez hacia el otro.
Pronto comenzamos el filo, un sendero muy fino que bordea propiamente un “embudo” que termina en el valle del Rucaco. Es un lugar en donde hay que ir prestando muchísima atención, porque un pie puesto en el lugar equivocado te puede costar la vida. A la izquierda teníamos un pedrero que poco más arriba terminaba en la cima, a la derecha, un abismo. No era nada que una persona común no pudiera hacer, pero sí era vital prestar atención y el esfuerzo físico, en algunos casos se empezaba a sentir.
Cuando ya no queda más montaña por bordear, pasás al otro lado. Te despedís del Tronador y atravesás el filo hacia el otro lado. Caés en un lugar que llaman la “cancha de fútbol” por tratarse de un pedrero horizontal, algo extraño en medio de la montaña, que hay que atravesar para luego comenzar a bajar a la laguna Schmoll. Ahí la bajada se complica. Por momentos nos sentábamos en una piedra para ir bajando hacia la otra, cuidando de no resbalar con las piedritas sueltas que por momentos resultaba sumamente traicioneras.
Lucy define a la laguna Schmoll como algo fantasmagórico. Y es así. Un espejo de agua clavado en el medio de la montaña, que está ahí, como cayéndose al abismo. Ahí almorzamos, liberamos nuestros pies de las zapatillas y los hundimos en el agua fresca de la laguna. Agustina, que llevó la malla, directamente se sambulló.
La bajada a la laguna Toncek fue más dura, supongo que porque ya estábamos cansadas del pedrero y resbalábamos a cada paso por las arenas. Allá abajo, un valle con un arroyo que desemboca en la laguna. Sin duda, el momento más relajado del camino, un mallín en donde corren un arroyo rojo entre una alfombra de pasto verde y variedad de plantas con flores.
Bordeando la laguna se lleva al Frey, en donde paramos una hora para hundir los pies en el arroyo y tomar unos mates.
Desde el Frey, viene la fase de descenso pronunciado, primero por un sendero muy terroso, que baja de golpe entre millones de serpentinas del camino, entre Lengas achaparradas. Luego el bosque propiamente dicho, con árboles altísimos y cañas colihue.
Luego del refugio “Piedritas” (llamado así por ser una casa que se construyó debajo de una piedra), comenzamos a bordear el Lago Gutierrez, en donde el bosque, de golpe, no existe más.
Hace 9 años atrás hice el mismo trayecto, y ese bosque estaba intacto. Tres días después se quemaba en un incendio que vimos desde la propia costa de la chacra. Hoy sólo quedan los árboles pelados, muertos de pie, gigantes, que llevan la huella de algo que fue tremendo. Algunos muestran su corteza por fuera, y por dentro queda el tronco hueco, negro, quemado, como una gran chimenea; otros, son un gran carbón ahí parado, con forma del tronco que alguna vez fue. Es como circular por un gran cementerio que dá mucha tristeza.
El último tramo se hace largo. Es el de los frutillares, montones de frutillares, aunque apenas encontramos frutillas cómo para probar; unos frutos minúsculos, pero muy dulces.
Terminamos de bajar a las 20:30, cuando el sol empezaba a esconderse detrás del cerro, muy cansadas, pero conformes y felices.

Para ver algunas fotos más, sacadas por mi cuñado Juanma, hacé click
ACÁ.