lunes, 28 de marzo de 2016

Remendar, recauchutar, reinventarse.

Juntar retazos, remendar, recauchutar, reinventarse, rehacer, rearmar, volver a dar sentido. Yo. Hoy. 

Las ciudades y los nombres 4. 


Clarice, ciudad gloriosa, tiene una historia atormentada. Varias veces decayó y volvió a florecer, teniendo siempre a la primera Clarice como modelo inigualable de todo esplendor, por comparación con la cual el estado presente de la ciudad no deja de suscitar nuevos suspiros a cada vuelta de las estrellas. En los siglos de degradación la ciudad, vaciada por las pestilencias, rebajada de estatura por los derrumbes de viguerías y cornisas y por los desmoronamientos de tierra, oxidada y obstruida por incuria o ausencia de los encargados de la conservación, se repoblaba lentamente al reemerger de sótanos y madrigueras hordas de supervivientes que como ratones hormigueaban movidos por la manía de hurgar y roer, y también de arrebañar residuos y frangollar, como pájaros haciendo su nido. Se dedicaban a todo lo que podía sacarse de donde estaba para ponerlo en otro lugar a fin de darle otro uso: los cortinajes de brocado terminaban por hacer de sábanas; en las urnas cinerarias de mármol plantaban albahaca; las verjas de hierro forjado arrancadas de las ventanas de los gineceos servían para asar carne de gato sobre fuegos de madera taraceada. Puesta en pie por fragmentos desparejos de la Clarice inservible, tomaba forma una Clarice de la sobrevivencia, toda tugurios y cuchitriles , charcos infectos, conejeras. Y sin embargo, del antiguo esplendor de Clarice no se había perdido casi nada, todo estaba allí, solo que dispuesto en un orden diferente pero adecuado no menos que antes a las exigencias de los habitantes. A los tiempos de indigencia sucedían épocas más alegres: una Clarice mariposa suntuosa brotaba de la Clarice crisálida menesterosa; la nueva abundancia hacia rebosar la ciudad de materiales, edificios, 58 objetos nuevos; otras gentes afluían del exterior; nada ni nadie tenía que ver con la Clarice o las Clarices de antes; y cuanto más se asentaba triunfalmente la nueva ciudad en el lugar y en el nombre de la primera Clarice, más advertía que se alejaba de ella, que la destruía no menos rápidamente que los ratones y el moho: no obstante el orgullo del nuevo fasto, en el fondo del corazón se sentía extraña, incongruente, usurpadora. Y ahora los fragmentos del primer esplendor, que se había salvado adaptándose a tareas más oscuras, eran nuevamente desplazados, custodiados bajo campanas de vidrio, encerrados en vitrinas, posados en cojines de terciopelo, y no porque pudieran servir todavía para algo sino porque a través de ellos se hubiera querido recomponer una ciudad de la cual nadie sabía ya nada. Otros deterioros, otras lozanías se han sucedido en Clarice. Las poblaciones y las costumbres cambiaron varias veces; quedaron el nombre, la ubicación y los objetos más difíciles de romper. Cada nueva Clarice, compacta como un cuerpo viviente con sus olores y su respiración, exhibe como un collar lo que queda de las antiguas Clarices fragmentarias y muertas. No se sabe cuándo los capiteles corintios estuvieron en lo alto de sus columnas; sólo se recuerda uno de ellos que durante muchos años sostuvo en un gallinero la cesta donde las gallinas ponían los huevos y de allí paso al Museo de los Capiteles, en fila con los otros ejemplares de la colección. El orden de sucesión de las eras se ha perdido; que ha habido una primera Clarice es creencia difundida, pero no hay pruebas que lo demuestren; los capiteles podrían haber estado antes en los gallineros que en los templos, en las urnas de mármol podía haberse sembrado antes albahaca que huesos de difuntos. De seguro se sabe sólo esto: cierto numero de objetos se desplaza en un determinado espacio, ya sumergido por una cantidad de objetos nuevos, ya consumiéndose sin recambio; la regla es mezclarlos cada vez y hacer la prueba nuevamente de ponerlos juntos. Tal vez Clarice ha sido siempre solo un revoltijo de trastos desportillados, desparejos, en desuso. 

Ítalo Calvino. Las ciudades invisibles.

domingo, 27 de marzo de 2016

Resucitar

Me desperté pensando en que esto de la pascua era algo totalmente carente de sentido.
Cuando mi abuela paterna vivía, era una celebración de esas importantes, lindas, de juntarnos toda la familia, y poner el mantel que tiene pintados huevos de pascua (y sólo se usa para tal ocasión), y celebrar. Cuando mi abuela murió la celebración fue perdiendo color, sólo mantenida por la presencia de mi viejo... y sin mi viejo, todo careció de sentido... No hubo manteles, ni huevos, y a mí me invadió la tristeza...
Por suerte está la familia, e inmersos en ella, los consejos, esos que te ayudan a repensar las cosas, te aportan un punto de vista diferente, y te pueden cambiar el día, o la vida...
Entonces me encontré pensando en la resurrección... En la muerte en vida que fueron estos últimos meses, y en mi necesidad de resucitar de estos últimos días... Empezar a levantarme, de a poco, como quien se levanta de un largo letargo, y necesita desperezarse y recomenzar la vida despacito. Salir de ese paréntesis en el que te encontrás metido para retomar los proyectos, retomar la vida.
Ordenar mi entorno, limpiar los ambientes, de objetos, de tierra, de falta de vida. Convertir mi espacio en un espacio habitable, sacarme la costra, sacarme el peso, ordenar por fuera para ordenarme por dentro, hacer espacio para que vengan cosas nuevas, volver a las viejas cosas que me hacían bien y que abandoné porque la tristeza lo aplastó todo... Retomar... actividades y afectos. Darme una nueva oportunidad. Dar una nueva oportunidad a los que me rodean. Reinventarme, renacer, volver a ser yo, pero yo de nuevo. Como me dijo alguien hoy: Yo, inalterable e inédita al mismo tiempo.

jueves, 24 de marzo de 2016

Memoria

La memoria no es una magnitud fiable en una vida. No lo es por la sencilla razón de que no antepone la verdad a todo. No es nunca la exigencia de veracidad lo que decide si la memoria reproduce un suceso correctamente o no. Lo decide el interés personal. La memoria es pragmática, es insidiosa y astuta, pero no de un modo hostil o malicioso; al contrario, hace todo lo posible para satisfacer a su amo. Algunas cosas las empuja hasta el vacío del olvido, otras las retuerce hasta lo irreconocible, otras las malinterpreta elegantemente, y algunas, las menos, las recuerda nítida y correctamente. Tú nunca puedes decidir qué es lo que se recuerda correctamente. 

Karl Ove Knausgard. La isla de la infancia.