viernes, 29 de diciembre de 2017

Viajar...

Si tuviera que definir mi 2017 con un verbo, ese verbo sería "Viajar". Y cuando digo Viajar no me refiero estrictamente a un viaje de esos largos, de meses y miles de kilómetros.
Un viaje puede durar lo que tarda el 25 en llevarte desde Barracas de vuelta a tu casa, luego de haber decidido terminar con el maltrato y dar un paso al costado para cambiar de vida.
Viajar puede ser volver a ese lugar que se quedó atado a uno de los peores recuerdos de tu vida, sólo para dar con un nuevo comienzo, una nueva aventura.
Viajar puede significar tomarse el buque (sí, a veces también literalmente), para encontrarse con los demás, y que ese encuentro termine siendo con uno mismo. Viajar puede ser espantar fantasmas, para mirarlos desde arriba y entender que no eran ni un décimo de lo aterradores que podrían llegar a ser.
Viajar a la frontera con Brasil en busca de cafeteras, y de café. Viajar en busca de un beso. Viajar en busca de paz. Viajar en busca de algo de libertad. Viajar para cumplir un sueño, el de ver mar y montañas juntos. Viajar en busca de un río que se encuentra con un mar, y por momentos no sabés muy bien cuál es cual. Viajar buscando su abrazo. Viajar solamente para sentarse en su sombra, y respirarlo, y saber que ahora está ahí, que siempre está ahí... Viajar para compartir la vida, la risa... Viajar para seguir viajando a pie, descalza, con las olas que me mojan los pies. Viajar para ver el atardecer. Viajar para ver el amanecer. Viajar para compartir la música. Viajar para buscar respuestas, aunque éstas te terminen destrozando el corazón. Y volver a viajar de regreso a casa, para reamarse, para juntar fuerzas y seguir viajando...

Viajar para crecer, crecer mucho... Y agradecer, a cada instante, cada persona, cada lugar...


lunes, 11 de diciembre de 2017

Contar molinos

Voy en el auto por la ruta con mi hermano menor al volante. Minutos antes, por ese mismo lugar, pasaron mis otros hermanos, también al volante de sus respectivos autos, llevando a sus hijos, a mi vieja, a sus compañeros de vida, a sus sobrinos, a otros hermanos...
Recorremos este camino desde que somos chicos, y hoy, desde nuestra adultez, quién sabe por qué número de vez... Y todos comentamos lo mismo, nos emocionamos... N
unca, pero nunca nos cansamos de su belleza, de esas curvas y contracurvas que revelan la serranía y que nunca nos deja de sorprender...
Y en medio de todo eso descubro los molinos a contraluz... Y recordamos cómo, en un viaje que se nos antojaba eterno, y para matar el aburrimiento, mis viejos nos entretenían con poco y nos proponían un juego muy simple: contar molinos... Quién sabe cuántas horas podríamos pasar así... Para cuando llegábamos a estos parajes, en donde nos bajábamos del auto para ser simplemente felices, habíamos pasado los 100 ampliamente...
Es sólo cuestión de volver a esos momentos para recuperar la esencia de esa infancia, esa felicidad que aún guardamos en algún rincón nuestro, y entonces, simplemente, contar... 1...2...3...