sábado, 3 de septiembre de 2016

La esencia del lugar.

Me gusta viajar, y me gusta sacar fotos cuando viajo. Concluí en una sesión de terapia. 
Pero no la típica foto de cuando uno viaja por turismo, busco que sea distinto, que la toma, el ojo, el ángulo sea distinto. Y ya no supe definirlo. 
"No sé ser turista", me dijo un amigo unos días después, y acto seguido concluimos que yo tampoco si definimos como turismo a subirnos a un bus con alguien que te charle en tus oídos, en tu idioma, y sacarle fotos a todos los monumentos... 
A mí me gusta salir a caminar sin rumbo fijo, perderme en las calles, observar a la gente, empaparme de lugares... Viajar puede ser subir una escalera, tomarse un colectivo media hora, o volar miles de kilómetros... Y entonces la definición salió... Busco hacer imágenes que transmitan la esencia de esos lugares que visito. Encontrar esa imagen de paisaje que me conmueva, ese detalle que me llame la atención, esa visión que sea sólo mía. Porque es en esas imágenes que me conmueven que yo me encuentro a mí misma, que vuelvo a ese lugar y entonces recuerdo qué sabor tuvo el momento en que estuve allí, qué sentí, cómo me sentí. Soy yo misma en ese lugar, con mis particularidades y sentires. 
Esta selección de imágenes es eso. Son lugares pero también soy yo. Y es por eso que me llenan de orgullo.

He aquí el enlace hacia el álbum:

jueves, 18 de agosto de 2016

13 meses

Me desperté alterada, pensando en el vértigo de los días, en lo rápido que se pasa el calendario, hasta que caí en la cuenta que hoy era 17...
Lo pensé todo el día, lo extrañé todo el día. Miré sus fotos una y otra vez, de jóven, de adulto... volví a afirmar que tengo su misma mirada. Salí a la calle a respirar y volví pensando en el día que en el hospital nos dieron su ropa en una bolsa. Su ropa y un manojo de llaves que nunca supimos qué abrían... ya no las iba a necesitar más. Si al fin y al cabo nos vamos de este mundo como vinimos, en pelotas... no nos llevamos más que una vida vivida y un montón de experiencia. Nos quedamos en los demás... Y es entonces cuando entiendo que eso es lo importante. Vivir plenamente, ser generoso, quedarse en los demás.

Nada más.

domingo, 19 de junio de 2016

El pulidor de piedritas


Tendría unos 12 años cuando empecé con mi alma de Hippie. En mi mente de niña no existía la posibilidad de comprar las hermosas piedras coloridas que yo veía que los artesanos engarzaban en todo tipo de "joyas". Veía sus colores y pensaba que éstos salían a relucir porque esas piedras estaban pulidas, y me preguntaba cómo harían para destacar semejante naturaleza del mineral.
"Yo quiero pulir piedras y que me queden así", le dije un día a mi viejo. Y me pareció lo más natural del mundo que él encontrara una solución para semejante iniciativa. Nunca se me ocurrió que a 10 minutos de mi casa existía un barrio en el que las vendían ya procesadas, teñidas y agujereadas. Y a mi viejo le pareció mucho más divertido, porque no creo que hubiese sido mucho mas fácil, dejarse llevar por mi pequeño delirio y compartir la iniciativa de hacer algo juntos.
El primer paso consistía en ir de "shopping" al chatarrero. Lo de Tomasito era el lugar en donde mi viejo disfrutaba de pasear entre chatarra para ver qué había de "nuevo" para llevarse a un módico precio; a veces tan módico que acababan por regalárselo.
Un día, ya siendo más grande le pedí que me comprara una chapa de galvanizado para hacer una carterlera de imanes, y apareció con una chapa medio chueca, mientras me aseguraba que eso me iba a servir. Un reciclador nato el viejo, tan es así que en el medio de mi cuarto tengo plantado un palo de semáforo peatonal sosteniendo una escalera, pero esa es otra historia.
El sistema era sencillo. Un pie, o base, que sostenía un motor con un eje que giraba, y sujeto al eje un tubo cuyos extremos tenían una rosca a la cual se enroscaba una tapa, como esos bulones que sirven para tapar los extremos de los caños. Pronto estuvo listo nuestro invento, llenamos el tubo de cantos rodados cuidadosamente seleccionados de una pila de una obra que había en la esquina de casa. Una mezcla de cantos rodados y arena que funcionaría de agente de abrasión que puliría nuestras piedras. Se cerraba el tubo con el bulón y el eje empezaba a girar indefinidamente . Un CLAC, CLAC, CLAC, CLAC  contínuo de piedras golpeando y golpeando salía del aparato, y al cabo de unas horas obteníamos unos bellísimos... cantos rodados de la obra de la esquina un poco más brillantes...
Hoy de esa máquina sólo queda la base.
Si tengo que pensar en mi viejo eligiendo un regalo para mí, no puedo más que imaginarlo junto a mi vieja, que es quien también, en su inmensa generosidad, siempre tiene  la iniciativa de dar regalos a los demás, siempre antes que a ella misma. A papá lo veo ayudando a elegir, haciendo la segunda, quizás refunfuñando un poco si las compras se vuelven excesivas, dando rienda suelta si en algún momento veía que había algo que realmente queríamos y que su bolsillo en ese momento se podía permitir.
Sus regalos espontáneos eran éstos: Una máquina de vapor, un pulidor de piedritas, fabricar un barrilete, un avión, un barco a escala... Pulir durante horas un vidrio, para luego hacer un espejo, para construir un telescopio con el cual ver el cometa Halley. Uno de los recuerdos más antiguos de mi infancia es ese, ver el cometa Halley por el telescopio.
Papá se pinchaba las manos para traerme un gajo de cáctus del desierto porque sabía que me gustaban. Me traía un kilo de sal de alumbre de química Oeste cuando le pedía que me enseñara a hacer cristales, porque eso era algo que yo tenía que saber. El kilo de sal aún está ahí, creímos tener tiempo de sobra, y el tiempo no nos alcanzó. Es una deuda pendiente que pronto pienso cumplir. Porque las herencias se agradecen. Y mi viejo me dejó una herencia muy grande, una herencia que no tiene que ver con contar billetes: yo tuve un viejo que siempre estuvo ahí para darle, o al menos intentarlo, respuesta a mis inquietudes, para darme valor cuando tuve miedo, hacerme creer importante cuando venía a consultarme ciertas cosas porque yo era "la entendida", o sonreir de orgullo cuando corría a mostrarle algo que también a mí me enorgullecía. Y yo sé que me ama, aunque fuese duro con eso de dar abrazos, y más aún de soltar palabras. Él no decía. Él siempre hizo.

No me puedo quejar. Soy muy rica.

Donde quiera que andes. Gracias. Gracias y feliz día.

lunes, 28 de marzo de 2016

Remendar, recauchutar, reinventarse.

Juntar retazos, remendar, recauchutar, reinventarse, rehacer, rearmar, volver a dar sentido. Yo. Hoy. 

Las ciudades y los nombres 4. 


Clarice, ciudad gloriosa, tiene una historia atormentada. Varias veces decayó y volvió a florecer, teniendo siempre a la primera Clarice como modelo inigualable de todo esplendor, por comparación con la cual el estado presente de la ciudad no deja de suscitar nuevos suspiros a cada vuelta de las estrellas. En los siglos de degradación la ciudad, vaciada por las pestilencias, rebajada de estatura por los derrumbes de viguerías y cornisas y por los desmoronamientos de tierra, oxidada y obstruida por incuria o ausencia de los encargados de la conservación, se repoblaba lentamente al reemerger de sótanos y madrigueras hordas de supervivientes que como ratones hormigueaban movidos por la manía de hurgar y roer, y también de arrebañar residuos y frangollar, como pájaros haciendo su nido. Se dedicaban a todo lo que podía sacarse de donde estaba para ponerlo en otro lugar a fin de darle otro uso: los cortinajes de brocado terminaban por hacer de sábanas; en las urnas cinerarias de mármol plantaban albahaca; las verjas de hierro forjado arrancadas de las ventanas de los gineceos servían para asar carne de gato sobre fuegos de madera taraceada. Puesta en pie por fragmentos desparejos de la Clarice inservible, tomaba forma una Clarice de la sobrevivencia, toda tugurios y cuchitriles , charcos infectos, conejeras. Y sin embargo, del antiguo esplendor de Clarice no se había perdido casi nada, todo estaba allí, solo que dispuesto en un orden diferente pero adecuado no menos que antes a las exigencias de los habitantes. A los tiempos de indigencia sucedían épocas más alegres: una Clarice mariposa suntuosa brotaba de la Clarice crisálida menesterosa; la nueva abundancia hacia rebosar la ciudad de materiales, edificios, 58 objetos nuevos; otras gentes afluían del exterior; nada ni nadie tenía que ver con la Clarice o las Clarices de antes; y cuanto más se asentaba triunfalmente la nueva ciudad en el lugar y en el nombre de la primera Clarice, más advertía que se alejaba de ella, que la destruía no menos rápidamente que los ratones y el moho: no obstante el orgullo del nuevo fasto, en el fondo del corazón se sentía extraña, incongruente, usurpadora. Y ahora los fragmentos del primer esplendor, que se había salvado adaptándose a tareas más oscuras, eran nuevamente desplazados, custodiados bajo campanas de vidrio, encerrados en vitrinas, posados en cojines de terciopelo, y no porque pudieran servir todavía para algo sino porque a través de ellos se hubiera querido recomponer una ciudad de la cual nadie sabía ya nada. Otros deterioros, otras lozanías se han sucedido en Clarice. Las poblaciones y las costumbres cambiaron varias veces; quedaron el nombre, la ubicación y los objetos más difíciles de romper. Cada nueva Clarice, compacta como un cuerpo viviente con sus olores y su respiración, exhibe como un collar lo que queda de las antiguas Clarices fragmentarias y muertas. No se sabe cuándo los capiteles corintios estuvieron en lo alto de sus columnas; sólo se recuerda uno de ellos que durante muchos años sostuvo en un gallinero la cesta donde las gallinas ponían los huevos y de allí paso al Museo de los Capiteles, en fila con los otros ejemplares de la colección. El orden de sucesión de las eras se ha perdido; que ha habido una primera Clarice es creencia difundida, pero no hay pruebas que lo demuestren; los capiteles podrían haber estado antes en los gallineros que en los templos, en las urnas de mármol podía haberse sembrado antes albahaca que huesos de difuntos. De seguro se sabe sólo esto: cierto numero de objetos se desplaza en un determinado espacio, ya sumergido por una cantidad de objetos nuevos, ya consumiéndose sin recambio; la regla es mezclarlos cada vez y hacer la prueba nuevamente de ponerlos juntos. Tal vez Clarice ha sido siempre solo un revoltijo de trastos desportillados, desparejos, en desuso. 

Ítalo Calvino. Las ciudades invisibles.

domingo, 27 de marzo de 2016

Resucitar

Me desperté pensando en que esto de la pascua era algo totalmente carente de sentido.
Cuando mi abuela paterna vivía, era una celebración de esas importantes, lindas, de juntarnos toda la familia, y poner el mantel que tiene pintados huevos de pascua (y sólo se usa para tal ocasión), y celebrar. Cuando mi abuela murió la celebración fue perdiendo color, sólo mantenida por la presencia de mi viejo... y sin mi viejo, todo careció de sentido... No hubo manteles, ni huevos, y a mí me invadió la tristeza...
Por suerte está la familia, e inmersos en ella, los consejos, esos que te ayudan a repensar las cosas, te aportan un punto de vista diferente, y te pueden cambiar el día, o la vida...
Entonces me encontré pensando en la resurrección... En la muerte en vida que fueron estos últimos meses, y en mi necesidad de resucitar de estos últimos días... Empezar a levantarme, de a poco, como quien se levanta de un largo letargo, y necesita desperezarse y recomenzar la vida despacito. Salir de ese paréntesis en el que te encontrás metido para retomar los proyectos, retomar la vida.
Ordenar mi entorno, limpiar los ambientes, de objetos, de tierra, de falta de vida. Convertir mi espacio en un espacio habitable, sacarme la costra, sacarme el peso, ordenar por fuera para ordenarme por dentro, hacer espacio para que vengan cosas nuevas, volver a las viejas cosas que me hacían bien y que abandoné porque la tristeza lo aplastó todo... Retomar... actividades y afectos. Darme una nueva oportunidad. Dar una nueva oportunidad a los que me rodean. Reinventarme, renacer, volver a ser yo, pero yo de nuevo. Como me dijo alguien hoy: Yo, inalterable e inédita al mismo tiempo.

jueves, 24 de marzo de 2016

Memoria

La memoria no es una magnitud fiable en una vida. No lo es por la sencilla razón de que no antepone la verdad a todo. No es nunca la exigencia de veracidad lo que decide si la memoria reproduce un suceso correctamente o no. Lo decide el interés personal. La memoria es pragmática, es insidiosa y astuta, pero no de un modo hostil o malicioso; al contrario, hace todo lo posible para satisfacer a su amo. Algunas cosas las empuja hasta el vacío del olvido, otras las retuerce hasta lo irreconocible, otras las malinterpreta elegantemente, y algunas, las menos, las recuerda nítida y correctamente. Tú nunca puedes decidir qué es lo que se recuerda correctamente. 

Karl Ove Knausgard. La isla de la infancia.