domingo, 30 de mayo de 2010

Doce campanadas, doce uvas, doce meses

No supe de ésta tradición hasta que estuve ahí, un 31 de diciembre en España. Era el primer año nuevo que pasaba lejos de casa, y apenas con una pequeña representación de los míos. La cosa era sencilla. El año terminaba, y empezaba, con doce campanadas... las doce campanadas de las doce... esa era la transición, la lenta y rápida transición de un año al otro. Se nos iba el 2009... llegaba el 2010, y cada campanada era una uva que tenía que tragar, sin titubeos, si considerar semillas y otros menesteres. Y cada una era un mes del año que se avecinaba, y cada uva no tragada correctamente un mes que por ende podía echarse a perder. No había mucha chance de hacerlo mal, entonces, la felicidad de mi 2010 dependía casi exclusivamente de éste rito. Titubié un poco en enero, tragué febrero y marzo raudamente, abril se acumuló en una de mis mejillas, por haber comenzado a reirme de mi misma, envuelta en tal situación... Mayo pasó sin penas ni glorias... No me acuerdo de qué pasó con junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre... ya les contaré, acorde pasan los meses, mis meses, mis uvas, mi suerte...

No hay comentarios: