martes, 15 de mayo de 2012

Estrellas que se mueven

Hace días que este recuerdo asalta mi cabeza.
Desde que mamá insiste con el hotel que reservó en Sierra de la Ventana, que tiene pileta cubierta, y que entonces hay que llevar malla...
Mi recuerdo, mi pensamiento, es de otra índole, mucho más simple.
Sierra de la Ventana es sobre todo recuerdos. Hace años que solamente pasamos por allí, almorzamos al pie de la sierra, justo en la parte del camino donde se divisa la ventana, para luego seguir rumbo al sur... "Algún día tenemos que volver a entrar al pueblo", siempre nos decimos... y ese algún día será en algunos días más...
Ahora las cosas se hacen por internet. La situación es otra, la vida es otra, las posibilidades económicas también. Nosotros somos grandes, el auto es más chico.
Los años '90 transcurrían distintos, dos padres en una casa grande, con un montón de chicos, viviendo el día a día... Padres dispuestos a salir de vacaciones sea como sea, con sus constantes y variables. ¿Constantes? Un auto cargado hasta las tapas, de gente, carpas, frazadas, cacerolas y demases menesteres... ¿Variables? La cantidad a kilómetros a recorrer. El viaje siempre comenzaba por Sierra de la Ventana. Podía ocurrir que allí comenzara y terminara, o podía seguir. ¿Los rumbos? El mar: Las Grutas, Península de Valdés... La Montaña: Esquel, El Bolsón, Bariloche... Y a veces, el combo era extenso, y la gira abarcaba todo eso.
Sierra de la Ventana era el punto de partida, ese primer lugar de parada, aunque más no fuese por una noche o dos. Cuando la economía apretaba, las vacaciones eran simplemente eso, de ida y vuelta.
Camping libre, naturaleza en el estado más puro... El río, el pasto, el fuego en la madrugada con una cacerola gigante para hacer el café para todos.
Pero mi actividad preferida era otra. Había que esperar a que oscurezca, y cuando oscurecía, las sombras eran totales.
Eso sí... ni bien oscurecía había que ponerse en campaña, porque sólo ocurre en el lapso de una hora, a partir de que el sol se pone del todo.
Papá armaba un concurso de esto. La actividad consistía en acostarse en el pasto. Muchas personas, de muchos tamaños y edades, acostadas en el pasto mirando la inmensidad del cielo y las estrellas. Y en el medio de todo eso había que descubrirlos.
Satélites... Satélites artificiales, de esos que ahora sirven para ver la tele, o comunicarnos con la otra mitad del mundo. Esos últimos rayos de sol los reflejan, cuando en esta parte del mundo la superficie ya está oscura, y entonces ellos se hacen visibles. "Son como una estrella, pero se mueve". Y así pasábamos el rato, en la oscuridad, en nuestro concurso de satélites, a veces exitoso, a veces no tanto... "Mirá, mirá, ahí hay dos, y se están por cruzar"... "¿Pero por dónde? Algo más arriba de Rígel... los ves?" ... "Guarda, que entra al cono de sombra y ya no se vé más" (porque también suceden esas cosas, si el sol les deja de pegar, entran al cono de sombra).
Desde que me dijeron de ir a Sierra de la Ventana que espero esto. Quiero ya un concurso de satélites. Uno de los recuerdos mas nítidos y felices de mi niñez, que espero poder seguir llevando a cabo en mi adultez, y quien sabe un día, transmitirle a mis hijos.
Cuestiones de la vida moderna (esto de los satélites), que a veces no está tan mal, cuando ante nuestra humilde percepción se convierten en pequeñas estrellas que se mueven.

Para mis padres, por sus ganas de enseñarnos siempre lo bueno de lo más sencillo, con amor...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Como se pone "me gusta" acá??

Definitivamente la guerra de satélites es uno de los recuerdos más hermosos de mi niñez!!

Vi: que bien que escribís...

Car

El blog de Celes :) dijo...

Me encantó la historia!