miércoles, 22 de enero de 2014

Aunque siga brillando la luna

-Creo en las obras, y hay muchas obras en Marte. Hay calles y casas, y me imagino que también  habrá libros, y canales mayores que éste, y relojes, y cuadras, si no para caballos quizá para animales domésticos de doce patas, ¿Quién sabe? En todas partes veo cosas usadas. Cosas que fueron utilizadas durante siglos. Si usted me pregunta si creo en el espíritu de las cosas usadas, le diré que sí. Todas las cosas que hoy nos rodean sirvieron algún día para algo. Nunca podremos utilizarlas sin sentirnos incómodos. Y esas montañas, por ejemplo, tienen nombres... Nunca nos serán familiares; las bautizaremos de nuevo, pero sus verdaderos nombres son los antiguos. La gente que vio cambiar esas montañas las conocía por sus antiguos nombres. Los nombres con que bautizaremos esas montañas y los canales resbalarán sobre ellos como el agua sobre un pato. Por mucho que nos acerquemos a Marte, jamás lo alcanzaremos. Y nos pondremos furiosos, ¿y sabe usted qué haremos entonces? Lo destrozaremos, le arrancaremos la piel y lo transformaremos a nuestra imagen y semejanza.
-No arruinaremos este planeta -dijo el capitán-. Es demasiado grande y demasiado interesante.
-¿Cree usted que no? Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar todo lo noble, todo lo hermoso. No pusimos quioscos de salchichas calientes en el templo egipcio de Karnak, sólo porque quedaba a trasmano y el negocio no podía dar grandes utilidades. Y Egipto es  una pequeña parte de la Tierra. Pero aquí todo es antiguo y diferente. Nos instalaremos en alguna parte y los estropearemos todo. Llamaremos al canal, canal Rockefeller; a la montaña, pico del Rey Jorge, y al mar, mar de Dupont; y habrá ciudades con nombres como Roosevelt, Lincoln y Coolidge, y esos nombres nunca tendrán sentido, pues ya existen los nombres adecuados para estos sitios.


Fragmento de Crónicas Marcianas. Ray Bradbury. 1955.

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